miércoles, 31 de agosto de 2016

El apagón y Cese de alerta, de Connie Willis, por Luis Pestarini

—¿Es una comedia o una tragedia?
“No se refiere a la guerra. Se refiere a todo:  a nuestras vidas y a la historia y a Shakespeare. Y al continuo espacio-tiempo.”
—Una comedia, mi señor —le dijo, sonriéndole.
Cese de alerta, p. 583

El apagón y Cese de alerta son dos libros pero una única novela. No son parte de una serie: el final del primero podría haber sido un capítulo antes o uno después. Ésta es una de las novelas de ciencia ficción más extensas publicadas:  más de 1250 páginas en su edición en español. Si bien esta condición podría desalentar a muchos lectores, vale aclarar que para los lectores que han disfrutado de otros libros de Willis como Por no mencionar al perro o El libro del día del Juicio Final, supondrá una degustación satisfactoria y prácticamente interminable.

            Los tópicos de Willis se repiten en esta novela: viajeros temporales, tono de comedia, una trama intrincada relacionada con paradojas temporales, una extraordinaria reconstrucción de un momento histórico, diálogos chispeantes y una meditación sobre el sentido de la historia. La novela transcurre, de manera no secuencial ni siguiendo definitivamente una única trama, en 2060 y en la Segunda Guerra Mundial, en particular durante los bombardeos alemanes a Londres, especialmente durante el Blitz, una saturación de incursiones de la Luftwaffe sucedida entre septiembre de 1940 y mayo de 1941. Tres jóvenes historiadores viajan para investigar cómo fue la vida en este período, algo que la novela narra con detalles sorprendentes, pero algo sale mal: los portales por los que se trasladan en el tiempo no se abren. No hay forma de regresar a 2060, están atrapados  y poco a poco la desesperanza gana terreno.
            La mayor parte de la novela narra la búsqueda de algún portal que funcione o de otros viajeros temporales que saben que están allí aunque no viajaron simultáneamente. Los portales supuestamente no se pueden abrir cuando, por las condiciones históricas, se puede producir una divergencia, por lo tanto algo está pasando que los protagonistas buscan dilucidar. La teoría que se esboza en esta historia sobre el funcionamiento de los viajes temporales sólo sirve como gadget y no implica una reflexión sobre la naturaleza del tiempo. Incluso es posible que entre tanta intervención de viajes temporales a lo largo de la trama haya alguna paradoja, pero las 1250 páginas seguramente ayudaron a disimularla. Esto sin mencionar la paradoja esencial del viaje temporal: si cambias algo del pasado, cambia algo del futuro, donde se desarrollaron los viajes temporales.
            Hay algo que exhiben estos dos libros que no es frecuente encontrar cuando se describen momentos históricos: la gente común no los vive como tales, no son héroes —o tal vez sí, pero no en el sentido impuesto desde las maquinarias de producción de cine sobre la Segunda Guerra—, sólo intentan seguir con sus vidas y colaborar con el esfuerzo que está haciendo su país. No hay aquí ni un atisbo de discusión ideológica: son sólo personas luchando día a día para mantener cierto nivel de normalidad mientras una bestia malvada intenta destruir su nación.

            Pero hay algo más relacionado con esto: aunque no es tan explícito como en Años de arroz y sal, por ejemplo, hay una reflexión sobre el significado del devenir histórico. ¿Por qué los sucesos se dan de una manera y no de otra? Se insinúa más de una vez que Hitler realmente pudo haber ganado la guerra, al menos contra los británicos, pero ¿un hombre puede cambiar la historia? No son preguntas nuevas ni hay respuestas aquí, pero no está mal que vuelvan a ser planteadas.
            Al comienzo de esta reseña hay una cita del libro. Uno de los encantadores personajes secundarios  le pregunta a una de las protagonistas: ¿Es una comedia o una tragedia? Es una comedia, la vida y la novela, cuando todo estaba dado para que fuera una tragedia. Pero la tragedia está escondida, disimulada. Hay bombardeos y se sabe de muertes, de pérdidas, pero el tono es optimista, lleno de personajes luminosos, sorpresas, cambios de ritmo, “adorables pilluelos” y muchos diálogos que, si bien pueden ser superfluos, son ingeniosos a la manera de las sitcoms. Eso sí: no hay moraleja.
            ¿Es demasiado larga? Sí, tiene muchas situaciones que podían ser borradas sin alterar la trama, pero que, salvo algunas contadas ocasiones, no entorpecen ni molestan. Se nota que Willis ama a sus personajes y, ya lo dijimos, ésta es una comedia. También es cierto que a la vigésima vez en que uno de los viajeros se plantea el razonamiento “pero si x estuvo allí en tal fecha y no en otra fecha, entonces no podría haber sucedido que y supiera que yo iba a…” y así ad nauseam el lector comienza a saltearse párrafos.. La novela comparte algo con muchos textos de Willis: leída como ciencia ficción en el sentido de especulación de ideas es poco interesante. No hay nada novedoso en este sentido.
            El apagón y Cese de alerta obtuvieron en conjunto los premios Hugo, Locus, John W. Campbell y Locus, así que, evidentemente, ha gustado a muchos lectores. Quien suscribe no puede emitir un juicio negativo, sino uno positivo con reparos. Tal vez sea discutible considerar a la literatura como una forma de conocimiento, pero nunca hubiera entendido cabalmente lo que significa el final de una guerra sin leer las escenas ambientadas en el Día de la Victoria, cuando el pueblo británico salió a festejar a las calles y plazas.
© 2016 Luis Pestarini

El apagón (Black Out, 2010) Barcelona: Ediciones B, 2011. 624 p. (Nova) Traducido por Paula Vicens.

Cese de alerta (All Clear, 2010) Barcelona: Ediciones B, 2013. 627 p. (Nova) Traducido por Paula Vicens.  

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